Tuesday, January 10, 2006

Con la mano estirada…

Así dejé ayer a un "tontejo" en mi oficina al cual le he dicho en repetidas ocasiones que no me gusta eso de que me esté saludando de mano. De hecho, en una ocasión le pedí que ni siquiera me dirigiera la palabra a menos que fuese algo estrictamente relacionado al trabajo. Parece que no entiende.

Pasa el tiempo y como que se le olvida y vuelve a lo mismo.

En este caso no se trata de el “síndrome de la mano monga”, sino de una persona indeseable a la cual nadie se atreve hablarle de frente.

¿Cómo es posible que, habiendo tanta gente en este lugar a la cual el tipo le causa repulsión, nadie le diga nada? Se pasa besuqueando a cuanta chica se lo permite en la oficina; se le pega a 4” de distancia de la cara a la gente cuando les va a hablar (incluyendo a los hombres), siempre está en un constante y desagradable toqueteo.

Una compañera un día me confesó que odiaba cada vez que el tipo se acercaba. Pero, entonces, ¿por qué no decírselo? No entiendo.

Hace unos meses hasta le envié un mensaje por correo electrónico pidiéndole, cortésmente, que NO me saludara más dándome la mano. Se disgustó tanto conmigo que hasta dejó de hablarme por completo y deberían ver mi cara de preocupación (sí, claro). El punto es que vivía yo de lo más feliz en este lugar hasta que la noche de la fiesta de navidad el tipo tuvo la osadía de, no solamente hablarme sino, ¡¡¡saludarme de mano!!! ¡Que pantalones!

Esa noche, tratando de evitar una escenita en nuestra tan maravillosa fiesta navideña extendí la mano y “tragué gordo”. Pero ayer no pude “bregar”. Lo dejé con la mano estirada cuando se acercó a decirme “Feliz Año Nuevo”. El tipo se quedó petrificado, con la mano estirada y medio cortadito.

En serio, ¡¡¡NO PUEDO!!! Y sé que algunos dirán que soy una mal educada, una antipática, una creída y 20 cosas más. Pues, díganlo. De verdad, no puedo. El solamente verlo me da los “jibi-yibis”, la “muerte chiquita”, los “goosebumps”, y todo eso desagradable que se puede sentir cuando una persona no es de fiar. Créanme, he orado, he orado y he orado, pero parece que no ha sido suficiente. Quizá un ayuno de 40 días, un retiro espiritual y un despojo.

Pero, en serio, ¿qué pasa con alguna gente que como que no caen en cuenta? Si alguien no quiere hablarte, ni ser “friendly” contigo, ¿Por qué insistir? Si alguien te pide directamente que no le hables o no le saludes, ¿para qué seguir haciéndolo? ¿Para mortificar? Seguramente.

En este caso, si el tipo lo que ha querido es mortifícame se fastidió. Ayer quedó como un buen mama’o delante de unos cuantos. Ahora, que si con eso no aprendió la lección no se qué más quede por hacer…


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